martes, 22 de noviembre de 2011

De la Masacre de Quilmes a la Policía Metropolitana

Hace cinco años escribí sobre la Masacre de Quilmes en La Pulseada:

(...) Telvi conoce la Villa Itatí de Don Bosco como la palma de su mano. Se la sabe de tanto caminarla buscando a su hijo, el que le falta. “Con él eran siete; me quedan seis”, cuenta entre el bullicio de una nena que corretea en la tierra ignorando la razón de la entrevista. Ella era bebé la última vez que Diego Maldonado estuvo ahí. Él aprovechaba el cambio de sus pañales para huir y ganar la calle sin medir peligros.
Antes siete, ahora seis. Telvi resta al tercero: Diego. Tenía 16 años, pesaba 40 kilos y el paco lo estaba matando. Un día, en un despacho lleno de carpetas, atinó a pedirle a una jueza “un lugar piola” para dejar esa adicción, por su abuela y su mamá.
“El paco está destruyendo a los chicos. Cuando los ves consumiendo te parte el alma”, dice Telvi, aunque con su hijo fue distinto: la policía le ganó de mano a la droga de los más pobres.
Diego esperó tres semanas el tratamiento que nunca obtuvo. En cambio, la noche del 20 de octubre de 2004 recibió la pena de muerte en la Comisaría Primera de Quilmes, donde estaba recluido con otros 16 menores que dormían en el suelo; no podían salir al patio ni recibían atención médica.
“Detenían ahí a los menores de todo Quilmes, Berazategui y Florencio Varela. Muchos estaban esperando un tratamiento de adicciones; a algunos los detuvieron por robo pero sus situaciones eran evidentemente asistenciales”, explica Tobías Corró Molas, el cura párroco de Don Bosco: “Los problemas son constantes. Los sectores más pobres y las barriadas son territorio de la policía, que opera con total libertad”.
Telvi pudo reconstruir que “casi todos los días sacaban a los chicos de los dos calabozos y los obligaban a golpearse, por más que no fueran enemigos.  Todas las madrugadas los levantaban, les mojaban los colchones y les hacían requisas con golpes”.
Aquel día un candado se rompió y la reprimenda fue mayor. “Según la investigación y los testimonios de los chicos, los policías entraron, los pusieron contra la pared, los hicieron desnudar y les pegaron. Y prometieron volver a la noche”, dice Corró Molas, que acompañó desde el primer momento a la madre de Diego y a otros familiares de lo que comenzó a llamarse “Masacre de Quilmes”.
Para evitar otra paliza, cerca de las 22 alguien prendió fuego un colchón. “Los policías demoraron en llamar a los bomberos y en sacarlos. Y cuando lo hicieron fue a palazos. Les pegaron a todos los que estaban quemados, los chicos cuentan que se quedan con pedazos de piel en la mano y que estaban muy asfixiados”. Recién después los llevaron al Hospital. “Tardaron 15 o 20 minutos en hacer ocho cuadras”, remarca el cura Tobías: “Ninguno, ninguno fue llevado en ambulancia”.
Todos los traslados fueron en móviles policiales y duraron más de lo que lleva caminar ese trayecto. El hijo de Telvi entró a las doce y media. Fue el primero en fallecer.
La tarde del 21 murió Manuel Figueroa: tenía 17 años y también aguardaba una vacante en alguna clínica.
Cinco días después, Elías Jiménez, de 16. Debía estar en libertad pero demoraron su salida porque en una computadora apareció el antecedente de un mayor que tenía su mismo nombre. La causa databa de cuando Elías tenía 9 años.
Por último, a las tres semanas falleció Miguel Aranda, de 17, y su pareja quedó sola para criar a Mauro, de dos años de edad. El día de su muerte en el Hospital de Gonnet, la familia recibió el oficio que le otorgaba la libertad.
Los que sobrevivieron tenían heridas graves y afecciones respiratorias. Fueron derivados a distintos hospitales y los custodios no los dejaban solos en las visitas: “no permitieron que las familias se junten y se puedan contar lo que había pasado”, infiere Corró Molas. Ninguno fue derivado al Instituto del Quemado, más cercano que los hospitales que los recibieron.
“El comisario y todos los policías declararon que no había habido golpes, que eran todos héroes y que la culpa de la muerte era de los pibes. Con el tiempo, la Justicia pudo probar que hubo torturas, que hubo golpes y que hubo demora en tratar de salvar a los pibes”, confronta el párroco de Don Bosco. Aún no hay detenidos (...)


Ahora nos enteramos que Carlos Fernando Pedreira, que fue exonerado de la Bonaerense en 2007 por su intevención aquella noche del 20 de octubre de 2004, es integrante de la Policía Metropolitana. Y su ingreso a la fuerza data de al menos dos años.
A siete años de la masacre de Quilmes, todavía no hay fecha para el juicio oral. Hay diez policías involucrados, pero ninguno está detenido.

2 comentarios:

  1. conosco muy la causa penal por razones que me reservo, y el curita esta meando fuera del tarro, es un boludo que se dejo engañar por el juez de menores Entio y la inutil de la asesora de menores daroki que armaron la causa para poder desligarse de la responsabilidad del los pibes. Aprovecha la libertad de prensa para decir cualquier pelotudes sin saber la verdad. Hay que ser objetivo no tendensioso ni discriminativo, parece un cura de la edad media solo ellos tenian el conocimiento y le trasmite a su rebaño lo que el cree que es la verdad, o estara creido que su condicion lo deja fuera de cualquier responsabilidad por lo que publica.

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  2. Permitime confiar más en la gente que se identifica con su nombre cuando habla (no sólo el cura: también las familias de las víctimas, los abogados del Comité contra la Tortura...), que en los que recurren a comentarios anónimos basados en la misma libertad.
    Sobre todo cuando se trata de maltrato a pibes en comisarías, lo cual ha sido una práctica arbitraria y sistemática de violación de los derechos humanos por parte de la Policía Bonaerense.
    Si vas a dejar un próximo comentario, por favor, da la cara.

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