domingo, 9 de junio de 2013

Gracias por el aire

En C´est la vie, en Malisia, se respira un aire distinto al que se respira en el pasaje Dardo Rocha. Y es fundamental esa oxigenación del mundo del periodismo, la narrativa, el ensayo y la poesía.
Cuando pensaba qué decir sobre “libros y agua” -ese amplísimo y sugerente título que pusieron para desbordarnos- se me ocurrió pensar en los cuatro elementos (en los cuatro elementos del budismo temprano, en los cuatro elementos clásicos de los griegos, en los cuatro elementos que ordenan los signos del zoodíaco o que inspiraron los estados de la materia descritos por la ciencia moderna): la tierra, el agua, el fuego y el aire.
¿Cuál de esos elementos es más afín a los libros?
No tengo una respuesta convincente a ese interrogante; más bien una respuesta por descarte.

La asociación del término “libros” con tres de esos elementos sugiere una trilogía oscura y triste donde los libros son los que pierden. Una trilogía que involucra al terrorismo de Estado y al estado neoliberal, al estado ausente, que es el Estado Inundador.

Fuego, tierra, agua.
Libros quemados.
Libros enterrados.
Libros inundados.

El mes pasado se cumplieron 80 años de la “Acción contra el Espíritu antialemán” (10-05-1933), una emblemática intervención de la que fueron partícipes 70 mil seguidores de Hitler en Berlín. Más de 20 mil libros fueron llevados a la hoguera en carretillas y camiones, entregados por la propia gente, para erradicar el “espíritu antialemán” que representaban.
“Donde se queman libros se terminan quemando también personas”, había predicho Heinrich Heine (1797-1856), uno de los autores cuya obra desapareció de las bibliotecas y ardió ese día.
Dentro de dos semanas se cumplen 33 de la quema de libros del Centro de Editor de América Latina (CEAL), en Sarandí, en cumplimiento de una orden dictada por un juzgado de La Plata.
Ahí se incendiaron 24 toneladas de publicaciones que “no compatibilizaban con el pensamiento rector del sistema de vida occidental”, como dice la sentencia del 25 de marzo de 1980.
Y podríamos seguir la lista. Hablando del terror de Estado del siglo XXI, en abril se cumplieron 10 años de la quema de millones de libros en las bibliotecas de Bagdad, luego de la invasión militar del mundo occidental que fue a llevar la democracia y la libertad a los irakies.

Libros y tierra es una relación que nace del miedo o de la resistencia en esos contextos. Es imposible saber en cuántas decenas y centenares de patios y jardines platenses hay ocultados libros de Galeano, de Fanon, de Marx o de Elsa Bornemann.
Libros enterrados en el 55, libros enterrados en el 76. Libros que seguramente han perecido por la humedad, porque el agua es otro gran enemigo de la literatura.

Ese es, al fin y al cabo, el tema que nos convoca: libros y agua.
El agua es una de las cosas más dañinas que hay para los libros. Y entonces tenemos un gran problema, porque vivimos en una ciudad donde la política pública “hace agua”. De eso estamos hablando, sin descanso, desde el 3 de abril.

Desde La Pulseada, con un gran trabajo en equipo, hicimos una intensa y extensa cobertura sobre las inundaciones, primero en la web y luego en la edición impresa. Todavía estaba húmeda la ciudad, a mediados de abril, cuando encaramos el informe de tapa del mes siguiente y esbozamos diez ejes, diez lecciones que nos dejaba el naufragio de la ciudad.
No era fácil pensar entre tantas responsabilidades cruzadas y tantos muertos, pero uno de los ejes que planteamos tenía que ver con la pérdida del patrimonio cultural. Decíamos:
Papeles y bienes patrimoniales, privados e institucionales, fueron otras víctimas de la inundación y desnudaron otra de las carencias en la previsión de desastres. Una de las imágenes más fuertes de la pérdida se vio en el invaluable archivo que atesora en su casa María Isabel “Chicha” Chorobik de Mariani, fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo, compuesto por fojas judiciales, fotos y cartas (desde institucionales, de Abuelas, hasta tarjetas de casamiento y documentos de su hijo asesinado), más otras pruebas recolectadas en más de 36 años. Lo tapó el agua. No había un plan. Lo rescató la solidaridad.

En ese momento sabíamos que se había inundado también el conservatorio de música Gilardo Gilardi y la sede de la ANSES.
Hoy sabemos, también, que el agua inundó buena parte del Archivo de Obras Particulares (donde hay planos de fines del siglo XIX que son tesoros), que arrasó con la Biblioteca Braile de la Fundación Tiflos y que arruinó el 90% de la colección de la Biblioteca Popular Carlos Bormida (38 e/ 135 y 136). Sin contar miles de bibliotecas personales arruinadas por el agua.

Y el Estado ausente que causó la inundación, fue un Estado ausente frente a sus consecuencias. ¿Qué hizo la secretaría de Cultura y Educación ante tanto papel inundado? Una feria del libro en el centro de la ciudad, con las editoriales que estaban secas.
No hubo ayuda, ni hubo duelo, para los libros inundados.

Cuando los libros están mojados nos llora un poquito el cuerpo –escribió Gabriela Pesclevi al colectivo de bibliotecas populares de la región, apenas unos días después de la inundación.

Así quedamos todos, haciendo cosas a tientas, mientras nos lloraba el cuerpo y nos faltaban las palabras. Y así nos fuimos encontrando.
Esas palabras, el ejército de colaboradores que asistió a los papeles de Chicha Mariani, la “Marca del Agua” que intervino la farsa del Pasaje Dardo Rocha, igual que esta jornada de desborde, traen aire fresco al mundo de las publicaciones. Un aire que cicatriza, que limpia, que seca. Que nos desentierra, que nos desinunda y nos devuelve la palabra.
Gracias, entonces, por este aire.

*Apuntes para la charla realizada el 8 de junio de 2013
en la jornada de Desborde convocada por Malisia.
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