viernes, 6 de noviembre de 2015

Descolonizar la historia de la comunicación

La pregunta por la descolonización de los medios no puede eludir un interrogante acerca de los hacedores de esos medios. Se hace relevante entonces problematizar nuestra formación como comunicadores y trabajadores de prensa, desde la perspectiva crítica que se enuncia como meta en los planes de estudio y en nuestras propias prácticas docentes. Sabemos que una herramienta vital para el pensamiento crítico es el conocimiento de la historia. La pregunta sería, pues, ¿cómo investigamos, enseñamos y aprendemos hoy la historia de los medios?
No es una cuestión menor. Como dijo Rodolfo Walsh alguna vez -conversando con Ricardo Piglia, hace 45 años-: “Nuestras clases dominantes han procurado siempre que los trabajadores no tengan historia, no tengan doctrina, no tengan héroes y mártires. Cada lucha debe empezar de nuevo, separada de las luchas anteriores: la experiencia colectiva se pierde, las lecciones se olvidan. La historia parece así como propiedad privada cuyos dueños son los dueños de todas las otras cosas" (Rodolfo Walsh, 1970). ¿Cuánto hemos indagado la trayectoria de nuestras luchas por democratizar la comunicación y la cultura? ¿y la de los proyectos de construcción de medios propios de los sectores populares en América Latina? Me refiero a una historia que no se remonta simplemente a las radios educativas de la Iglesia católica o a las emisoras sindicales de los mineros bolivianos, sino que va mucho más allá: alcanza a los periódicos de anarquistas y socialistas del siglo XIX, a los pasquines disidentes y clandestinos que prendieron la mecha de algunos fuegos independentistas. O incluso aún más allá.
Los docentes y estudiosos de la historia de los medios debemos hacer una autocrítica: si revisamos los programas de este tipo de materias, de cualquier época y cualquier universidad, casi la totalidad tienen como momento inicial al surgimiento de la imprenta en Occidente. En otras palabras: inician su recorrido con la historia de Europa. O lo que quizá sea peor: si adoptan una perspectiva local o regional, cuentan la llegada de la imprenta, que es precisamente poner el arribo del colonizador como grado cero de la historia.
Tenemos que asumir el desafío de descolonizar nuestras historias de los medios y sistemas de comunicación. Estudiar, por ejemplo, las escrituras de los pueblos originarios de Nuestramérica como los glifos mayas o los khipus incas, que se desarrollaron en forma independiente a cualquier influencia europea y tienen una riqueza aún ignorada.
El colombiano Leonardo Ferreira publicó en 2006 -lamentablemente en inglés- un libro titulado Centuries of silence. The Story of Latin American Journalism. Es probablemente el primer trabajo sobre la historia del periodismo de este territorio que no toma como punto de partida la introducción de la prensa en México en manos de los españoles. Escribe allí: “La reinvención de Gutemberg es obviamente un hito en la evolución de la sociedad, pero las primeras innovaciones en materia de información de sucesos en el Nuevo Mundo comenzaron con los originarios de América y no así con los ibéricos u otros europeos”.
A dos días de la llegada de Cortés a Veracruz, Moctezuma lo supo la noticia con detalles en Tenochtitlán, a través de “reporteros pictográficos” que incluyeron en sus informes a los españoles, sus barcos, perros y caballos. En eso fue clave, además de las formas propias de escritura o representación, un sistema de mensajería a través de postas que aprovechaba la ingeniería caminera azteca. El origen de las telecomunicaciones.
Claro: no había entonces periódicos ni medios audiovisuales, pero no por eso debemos desconocer que sí había personas dedicadas a la producción y distribución de información, que podrían pensarse como los antecedentes más remotos de lo que somos hoy los profesionales de la comunicación. Como escriben Luis Ramiro Beltrán, Karina Herrera Miller y otros investigadores en un reciente libro titulado La comunicación antes de Colón, aquellas prácticas “emergieron ajenas e independientes del desarrollo occidental europeo y desde su acercamiento/choque/mezcla con la cultura del ´viejo mundo´ fueron sistemáticamente sojuzgadas y/o destruidas como parte del proceso inicial de conquista y colonización del sistema cultural prehispánico. De ahí quizás la huella del desconocimiento que históricamente se hace presente no sólo en la subvaloración de las expresiones del mundo cultural indoamericano, indígena en general, sino también en la indiferencia investigativa comunicacional”.
Muchas factores contribuyen a nuestra ignorancia. Algunos son obra de los primeros colonizadores: la destrucción de la mayoría de los materiales (por citar un ejemplo: el obispo Diego de Landa, cuya Relación de las cosas de Yucatán es una lectura habitual para indagar la cultura maya, fue quien en 1562 ordenó la incineración de centenares de “libros” de ese pueblo porque “no tenían cosa que no tuviera supersticiones y falsedades del demonio”) y la enajenación de los que sobrevivieron (de 16 códices, sólo 2 están en América: la mayoría se encuentran en poder de museos europeos). Otros responden a una colonización más reciente, la de nuestras prácticas académicas. Una visión profundamente etnocéntrica, por ejemplo, sesga y limita el estudio de los sistemas de escritura de estos pueblos originarios, por el influjo de aquello que Derrida llamó la “metafísica de la escritura fonética”. Nos dejamos pregnar por lecturas evolucionistas que pensaron toda escritura como un “camino hacia” el alfabeto, signo distintivo de la “verdadera civilización”.
Para Ferreira, el campo académico de la comunicación ha reflejado “inmadurez” y “falta de perspectiva” al “no ocuparse de temas tan históricamente trascendentes como los códices (..) El comunicador americano, en especial el latinoamericano, tiene entonces la responsabilidad de reescribir la historia de los medios masivos del Nuevo Continente. El punto de partida no puede ser otro que el pasado bibliográfico, informativo, artístico y político-legal de sus culturas indígenas”. En ese desafío estamos.

* Publicado en Trinchera, año 3, nº 7, 2015
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