“...a veces la lucha por el lugar se impone sobre la lucha por la memoria (...) Nada de lo que digo significa el descrédito por los espacios (...) Significa sí un alerta, que los lugares no nos coman la memoria” (Héctor Schmucler, 2006)
En el predio ex B.I.M. 3 –donde durante la última dictadura funcionó un centro clandestino- está previsto un edificio para la Facultad de Humanidades y otro para la de Psicología, con un total 12.000 metros cuadrados y en “no más de tres niveles”, y un Complejo de Actividades Deportivas y Recreativas, que ocupará 4,5 hectáreas. En 2007 se calculaba un costo de más de 15 millones de pesos para la obra, que demandaría 30 meses (el último anuncio indica que el Estado nacional pondría 35 millones). El arquitecto Nizan, Secretario de Planeamiento de la UNLP, aseguró que “se constituirá en un campus universitario abierto al público, integrado a la ciudadanía platense y ensenadense y con una notable armonía con relación a la urbanización de la ciudad de La Plata”. Actualmente el B.I.M. se encuentra delimitado por muros y rejas. La aseveración de que, concretado el proyecto, se convertiría en un espacio abierto e integrado a la comunidad, contrastaba con una iniciativa en el sentido contrario de la Municipalidad platense, que al final del gobierno de Alak promovió una ley y licitó el enrejado perimetral del Paseo del Bosque, vecino a ese predio.
Por su parte, la Estado municipal de Ensenada construirá y administrará la “Casa de la Memoria”, cuyo proyecto arquitectónico también fue elaborado desde la UNLP: un edificio de dos plantas, que incluye
- en planta baja: un microcine, un espacio de exposiciones y, conectado, un “bar cultural”;
- en el primer piso: oficinas (que serían utilizadas por la Dirección de Derechos Humanos), un espacio abierto para reuniones (destinado a organizaciones no gubernamentales) y un Centro de Documentación y Archivo de Derechos Humanos.
Con algunos de estos datos –la división en plantas y una descripción funcional básica– contestaron vagamente los entrevistados ante la consulta sobre en qué consiste el proyecto de Casa de la Memoria. La imprecisión de sus respuestas revelaba lo escaso que había sido el debate –o que aún no se ha generado– respecto a qué y cómo construir memoria desde allí, más allá del diseño arquitectónico del lugar.
Ese exiguo nivel de discusión y decisión podría relacionarse con la ausencia de emprendedores, en el sentido activo y creativo del término, más allá de la propia dependencia municipal. Por el momento han primado las “adhesiones” institucionales, a las que no se pide más que un compromiso formal y eventual. La propia Coordinadora Juvenil dejó vacante esa presencia movilizadora: “En aquel acto entregamos las 3000 firmas y quedamos con la idea de seguir coordinando...” (Silvina Negrete). Sus últimos acercamientos fueron los actos mencionados: la firma del Gobernador y la presentación del proyecto arquitectónico ya elaborado.
Difiere así del caso de otros casos de sitios recuperados como "espacios para la memoria", donde se formaron equipos de trabajo que reconstruyeron la historia del lugar y elaboraron una forma de presentarla a la sociedad. Los actores involucrados en el proyecto del B.I.M. vacilan cuando se les pide definiciones: qué se recordará, cómo recordará, con quiénes y para quiénes. Bastante desvinculada, en mayo de 2007 Silvina Negrete creía “que va a ser la discusión posterior, una vez que esté concretado el proyecto. Porque es como que todavía es la iniciativa. Hasta que no esté construido yo creo que todavía no se va a avanzar sobre eso”. En su postura (re)aparecía sólo la referencia genérica al caso emblemático: “la idea era que fuera una iniciativa parecida a lo que fue la ESMA. Y que eso para nosotros tendría que ser con todos los centros clandestinos de detención, porque más allá de su significado simbólico, tenía un significado de dar a conocer que efectivamente ahí funcionó un centro clandestino, eliminar todas las dudas acerca de su funcionamiento”. Esa definición, por otra parte, muestra cierta inclinación por lo que Todorov denomina memoria literal, aquella centrada en un caso singular que no conduce más allá de sí mismo, lo que hace a la experiencia prácticamente intransitiva. Difiere de la memoria ejemplar, aquella donde “a partir de la analogía y la generalización, el recuerdo se convierte en un ejemplo que permite aprendizajes y el pasado se convierte en un principio de acción para el presente” (Jelin, 2002: 50).
En ese uso de la memoria, en cambio, parecía inscribirse (en 2007) el discurso del Director de Derechos Humanos, para quien la idea de la Casa es “a partir de los 30.000 desparecidos”, pero “no solamente los 30.000 desaparecidos, sino a partir de todo el genocidio que ha venido ocurriendo no sólo desde el 76, sino del 55, si querés. O desde el primer genocidio, con Roca a la cabeza”* (Entrevista a Daniel Fabián, 2007). Con ese sentido amplio se propone, en definitiva, como centro cultural:
“...el lugar de exposiciones tiene que ser amplio. Que no sea donde haya una sola exposición y ya. Que sea itinerante. Que cada tres meses haya una exposición nueva. Por eso el tema del microcine, también. La idea es que sea un lugar cultural y educativo. Para las instituciones educativas, para profesionales, para investigadores: por eso el Centro de Documentación. La idea es que permanezca abierto de la mañana hasta la noche, vos pensá que va a estar a las puertas de lo que va a ser la Facultad de Humanidades y la de Psicología. O sea que eso va a ser un lugar no solamente de encuentro sino también... Estamos pensando que a las 10 de la noche va a haber batucadas ahí, ¿sí? Va a ser un centro cultural. De eso se trata”
A las puertas de la Universidad: esa es, quizás, la clave de las definiciones adoptadas hasta ahora. La conversión de ese espacio que era utilizado por pocos y vigilado celosamente, y hoy está completamente en desuso pero mantiene su aspecto lúgubre, en un sitio abierto, transitado y apropiado por unos 20.000 estudiantes y docentes universitarios, da cuenta de una transformación notable. En la ciudad postmilitar –término apuntado por Di Cori (en Arfuch, 2002: 107)–, la Universidad gana espacios. Acaso el mayor “éxito” simbólico del proyecto, por lo tanto, estará dado por una sustitución de imaginarios urbanos.
Evito en este resumen una extensa discusión teórica sobre el concepto de imaginario, que tiene múltiples significaciones y ha sido ampliamente discutido en las ciencias sociales. Definámoslo a grosso modo como una especie de constelación de sentidos, que fueron socialmente producidos en una dinámica de conflictos/consensos, y cristalizan en ciertas narrativas, gestualidades, modos de la acción y, por supuesto, imágenes. Por ejemplo, hablar de “imaginario militar” nos remite al discurso del orden, a gestos adustos, a un movimiento disciplinado, a la obsesión por la seguridad. Visualmente, es la fotografía de una garita, un gran paredón y alambre de púa; o la imagen de un desfile disciplinado –aún cuando fuera cívico–. En la Argentina post-dictadura, el “imaginario militar” remite al abuso de poder, a los campos de concentración y otras cuestiones que tendemos a representar a través del negro, por dar un ejemplo.
Si lo militar refiere automáticamente al orden, la disciplina y el terror, la constelación de sentidos asociados a lo universitario es opuesta por completo. Las universidades argentinas constituyen la referencia de la movilización juvenil por antonomasia, y también se asocian –como escribe Da Silva Catela (2001: 215)– “a su significado como espacios históricos cargados de una ideología republicana: el debate crítico, la tolerancia y libertad de pensamiento, la representatividad democrática, el trabajo colectivo de búsqueda de un justo universal”. Aunque no se corresponda siempre o totalmente con lo real, ese constituye el imaginario universitario**. Valga recordar, para extremar el ejemplo, la expresión formulada en 1976 por el general Adel Edgardo Vilas: “es necesario destruir las fuentes que forman y adoctrinan a los delincuentes subversivos, y esta fuente se sitúa en las universidades y en las escuelas secundarias...”***.
La facultades son “templos sin dueños posibles”; por eso nunca “se solicitó permiso a nadie para encarar los actos, los monumentos, o colocar las placas”, a diferencia de lo que ocurriera con las fábricas (y por ello los homenajes a obreros se realizaron en plazas o centros cívicos). Los espacios de la Universidad pública “son vividos como propiedad de todos y, especialmente, ámbitos de civilidad. Máxima expresión de lo público, allí está prohibido el ingreso de fuerzas policiales o armadas y el ejercicio de actividades religiosas de cualquier signo. En muchos de los casos, las Facultades representaban los espacios donde los compañeros se iniciaron en proyectos de militancia política” (Da Silva Catela, 2001: 215).
Desde ya, un Batallón de Infantería y una Facultad de Humanidades suponen imágenes bien diferentes. En eso la iniciativa actual, en tanto sustitución de sentidos, difícilmente fracase. Más esfuerzo requerirá, no obstante, hacer que ese territorio, re-apropiado por actores universitarios y otros grupos de la comunidad, constituya un lugar de memoria. ¿Cómo recordar que allí hubo un centro clandestino? ¿Cómo evocar a quienes convivieron antes allí: víctimas, torturadores, colimbas, vecinos? ¿De qué modo rememorar, a través de un caso, todo lo demás? ¿Cómo, quiénes, para qué? Mil preguntas rondan el proyecto de instituir un “espacio de la memoria” en “51 y 122”. El primer paso, sí, es hacer que el ex BIM ya no sea un sitio militar. Pero una vez dado, los muchos siguientes deberán cuidar que nadie olvide que lo fue.
(*) En otro pasaje de la entrevista, antes de la pregunta específica por qué recordar, Fabián afirmaba que el espacio de memoria reivindicaría “la lucha, fundamentalmente de los trabajadores de Ensenada y Berisso, y con ellos los 30.000 desaparecidos”. Profundizar esa focalización es una opción, que resulta interesante considerando la “poca visibilidad de figuras obreras” advertida, entre otros, por Ludmila Da Silva Catela (2001: 175-176): “Como muestran las estadísticas del Nunca Más, los mártires sacrificados, individualizados y recordados como seres ejemplares, pertenecían a sectores con una representatividad media o baja entre los desaparecidos (religiosos, periodistas, intelectuales). Sin embargo, sus «guardianes de la memoria» más directos, están en condición de valerse de la desigual distribución de los medios culturales y simbólicos para hacerlos reconocer, individualizarlos y convocar la adhesión de otros” (Da Silva Catela, 2001: 175).
(**) Por supuesto, ese imaginario y su inscripción en lugares físicos concretos es relativa. Bien elocuente es el caso del actual edificio de Humanidades y Psicología, cuyo estilo de arquitectónico –dobles o triples alturas que confluyen sobre un espacio central–, vinculado al contexto histórico de su construcción, ha alimentado el “mito urbano” ampliamente difundido de que está basado en los planos de una cárcel. Encontramos allí una sede universitaria que evoca, no obstante, un imaginario sobre el autoritarismo.
(***) Vilas es conocido por su participación en el “Operativo Independencia” en Tucumán. La frase aparece en un informe de la Asociación Internacional para la Defensa de los Artistas víctimas de la represión en el mundo (AIDA), citado en GARCÍA, Prudencio (1995). El drama de la autonomía militar. Madrid: Alianza Editorial.
Bibliografía citada
- ARFUCH, Leonor –compiladora– (2002). Identidades, sujetos y subjetividades. Buenos Aires: Trama editorial/Prometeo libros.
- DA SILVA CATELA, Ludmila (2001). No habrá flores en la tumba del pasado. La Plata: Ediciones Al Margen.
- JELIN, Elizabeth (2002). Los trabajos de la memoria. Madrid: Siglo XXI.
- SCHMUCLER, Héctor (2006). “La inquietante relación entre lugares y memorias” (Conferencia). En: http://www.memoriaabierta.org.ar/recursos.php
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