[Dentro de unos días hará un año del comienzo de la Muestra Ambulante 5. Dentro de unos días, también, saldrá a la calle La Plata, ciudad inventada, un libro donde 80 autores intentamos contar algo de la ciudad que Rocha no imaginó: la que vive en sus bares, librerías y centros culturales, en sus artistas y en los jóvenes que la pedalean diariamente. "Huellas de ambulantes" es el artículo que escribí para ese libro]
“Variar el sistema que nos rige y cambiar las estructuras clásicas
en cuanto a medios que movieron el arte hasta nuestros días,
romper con los habitáculos, salir y ganar la calle, forman en su todo
la nueva actitud de los agitadores del día y la noche que se proponen
realizar por vez primera una ´revulsión´ que no sea únicamente
formal y estética sino de cambio real de vida”.
E.A. Vigo, 1971
La ciudad cambia todo el tiempo. No sólo difiere de la que imaginaron Rocha o D´Ámico: también es distinta de la que otros quisieron, de la que fue hace cincuenta años, incluso hace diez o cinco. De cada una quedan huellas, imaginarios, fantasmas y ausencias.
Hablar de la experiencia de la Muestra Ambulante requiere usar el plural –las muestras– y hacer algo de historia. De la intervención en el otoño de 1995 al barrio completamente intervenido por artistas la primavera pasada, cambió el territorio y cambió el grupo La Grieta, por obra incluso de la propia Muestra. Acaso el mérito más grande haya sido renovar la búsqueda cada vez, subir la apuesta y no dejar que se convierta en tradición. La Muestra no se reedita: se reinventa, porque sólo así puede desafiar los sentidos una y otra vez.
Sobre la Muestra Ambulante, lo primero que hay que decir es que no es una muestra. En todo caso, son muchas y atípicas muestras –diversas, inconclusas, participativas–. Es una obra colectiva hecha de muchas obras. Es una intervención artística en la ciudad y, también, quizá, sobre todo, una intervención social y política. Lo segundo es que no es ambulante. Ambulantes son sus participantes, invitados a perderse en un barrio. La idea original –que podría concretarse algún día– era que cada vez se hiciera en una zona distinta. Pero llevar el arte a los comercios, a las casas de los vecinos y a otros espacios de la vida cotidiana requiere una confianza que sólo se construye con tiempo y trabajo. Así, la intervención quedó identificada al barrio que habita el grupo que la pensó y la impulsó: Meridiano V, en el sur del casco urbano, donde transcurrieron cinco muestras entre 1995 y 2009.
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Los espacios artísticos alternativos y las prácticas culturales imprevistas por los mentores de la ciudad perfecta se desarrollan sobre las heridas de una ciudad que quiso ser y no fue y sobre las huellas de una ciudad que fue y ya no es.
Meridiano V, que aún convive con el tufo nostálgico de su pasado ferroviario, fue el territorio de todas las muestras ambulantes realizadas hasta hoy. Desde sus inicios –asociados a una vocación editorial– el grupo La Grieta está vinculado a sus calles. Aún en su época nómada, habitando lugares prestados, la mayoría de los integrantes vivía en ese barrio identificado con la estación provincial del tren, que dejó de circular hace ya 33 años. La relación se consolidó en 2004, cuando se empezó a construir un centro cultural a partir del ruinoso Galpón de Encomiendas y Equipajes, donde hoy se desarrollan talleres y funciona una sala de lectura no convencional, entre otras actividades que se realizan.
En los últimos años, en buena medida gracias a iniciativas autogestionadas, todo el barrio se convirtió en una suerte de zona cultural de la ciudad, con proyectos diversos y potencialmente contradictorios. La Muestra Ambulante es parte de ese imaginario.
Pocos tienen registro de la primera experiencia, allá por 1995. Donde hoy está Ciudad Vieja aún había un almacén de ramos generales, que fue parte de la primera propuesta de la Muestra: sacar el arte de sus lugares convencionales, para llevarlo a la vida cotidiana. De la galería a la verdulería era una de las consignas de la experiencia que transcurrió en un puñado de comercios. Además hubo algunas actividades en la calle y en los andenes de la vieja estación, por entonces abandonada. Meridiano V era un barrio venido a menos, cada vez con menos movimiento. El adoquinado playón de 17 y 71 funcionaba, en la práctica, como una terminal de micros.
Pasó una década hasta las siguientes muestras ambulantes: 2005, 2006, 2007 y 2009 –esta última co-organizada con el colectivo Medio Limón–, que encontraron un barrio distinto, con La Grieta habitando aquel Galpón. La Muestra creció: hubo más artistas, más amigos organizando, más preparación durante el año, más espacios intervenidos. Ya no se trataba de confrontar con el centro sino de discutir el lugar propio. Así surgió la idea de que los vecinos abrieran sus garajes para provocar un reencuentro de lo privado con lo público y poner en tensión sus límites.
Se buscaba recuperar los espacios compartidos, la confianza y la vocación de encuentro, mientras la ciudad mostraba cada vez más rejas, cámaras de seguridad y vecinos en alerta. Se trataba de juzgar a los otros como pares y no con la sospecha propia del olfato policial.
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Spegazzini, Ameghino, Korn, Vucetich, Almafuerte: la historia oficial de La Plata se escribió con un puñado de referencias personales y ahí quedó, congelada. Pocos relatos nombran, por ejemplo, a Álvaro Yunque, a John Willliam Cooke o a Edgardo Antonio Vigo, un platense mundialmente reconocido y abrumadoramente ignorado en La Plata. La obra de Vigo fue bastante solitaria, pero sus premisas para revulsionar el arte fueron retomadas por colectivos en los últimos tiempos. Atraviesan la historia del grupo cultural –y político– La Grieta y de su principal intervención artística y política: la Muestra Ambulante. “Si el ARTE DE CONSUMO se ha constituido en una forma de alienación [escribía Vigo en 1971], como contrarréplica, se deberá PROPONER más que HACER. La calle no acepta ideas ni teorías extrañas a ella misma, UN ARTE EN LA CALLE no es sacar lo viejo a tomar sol (acercamiento pedagógico del arte tradicional enclaustrado) ni tampoco armar formas nuevas que disfrazan su ancianidad, sino una NUEVA ACTITUD (lúdica) que concilie todos los elementos inherentes a ella misma”.
Aunque no siempre se lograra, una idea fundamental de la Muestra fue buscar participación más que contemplación. La invitación a pintar objetos propios que se movieran por la muestra –zapatillas, bicis o lo que fuera– o la práctica de cocinar entre muchos en una vereda, son algunas propuestas memorables en ese sentido. Esto conduce, por supuesto, a pensar la cultura más allá de las Bellas Artes. Las muestras ambulantes incluyeron propuestas gastronómicas, juegos en la vereda, una radio itinerante, una televisión comunitaria....
Si desde su primer planteo la Muestra fue más allá del arte validado por la academia y los curadores de galerías, costó más distanciarse de la lógica del espectáculo. Hubo quienes no dejaron de ser artistas-golondrinas, que pasaban por la Muestra como quien atraviesa un peaje. La búsqueda, sin embargo, fue siempre la de generar un lazo distinto entre el artista y el vecino, entre el artista y el visitante e incluso con los organizadores. Compartir los materiales, los gastos y también los diálogos, puso a cada artista o colectivo participante en un lugar de “co-gestión” necesario para suscitar una actitud distinta a la de quien expone en galerías u ofrece un show por contrato.
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Chicos y viejos; muchos jóvenes. Pintores, músicos, mediadores de lectura, bailarines, luthiers, poetas, fotógrafos, jugueteros, actores, titiriteros, magos. Gente de nuestra ciudad y de otras partes del país. La Muestra se abrió a todos los lenguajes y se construyó con sus mezclas. “Nunca sabemos todo lo que sucede en la Muestra. Por eso también son apasionantes los relatos de lo que cada quien experimenta. La Muestra es un pacto. Establece un marco de confianza que invita a ser parte”, sugería en pocas líneas el inmenso folleto desplegable de la última edición. La dimensión que tomó la experiencia, involucrando casi treinta casas familiares y otros tantos comercios, con unos quinientos artistas y miles de deambulantes participando, hace que haya mil y un relatos.
Lo más interesante de la Muestra es la imposibilidad de conocerla por completo. Ni siquiera para quienes coordinamos la convocatoria es factible. Entonces cobra interés el detalle: cada anécdota, cada creación, cada encuentro. Al fin y al cabo, se trata de una mega propuesta hecha de pequeños trazos. Sin grandes actos ni figuras convocantes. Lo que la distingue es la atmósfera que genera, que posibilita escenas guardadas en la retina de esos espectadores que dejan de ser espectadores.
Al impulsar trabajos colectivos, al ocupar el espacio público de otro modo, al cambiar rutinas del barrio, la Muestra Ambulante también deja huellas. Aquí y allá ocurren situaciones donde se perciben sus rastros.
La Muestra Ambulante está en el baile de fin de año que vuelve a la calle pese al miedo que infunde la tele. Está en la invitación abierta de un fotógrafo a un narrador, o de un músico a un pintor, a compartir un espacio sólo por placer. Está en Meridiano V –destacado ahora en los mapas turísticos con la etiqueta de barrio cultural, gastronomía y ferias– que ya no alberga sólo la melancolía ferroviaria sino también una identidad nueva, donde coexisten prácticas participativas con el imaginario de un San Telmo platense. Está en esas tensiones y en cada intervención que las interroga. Está en el comerciante que vuelve a invitar al artista, más allá del marco de la Muestra; en una partida de truco callejero y en la historieta que conserva el empleado del ciber.
¿Habrá una próxima Muestra Ambulante? Es probable que no. O sí. Pensada una vez más, distinta. O en otro barrio. Organizada por otros. Reinventada. Acaso es eso lo que distingue a la propuesta: la necesidad de rehacerse cada vez, de avanzar sobre unas mismas premisas pero subiendo la apuesta. Entonces no importa si hay Muestra o no. Ni siquiera importa dónde. Lo que interesa es la persistencia vital de esa vocación que permite renovar las búsquedas y provocar nuevos encuentros.
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