sábado, 22 de mayo de 2010

El festejo pendiente

Cuando cumplió 40, Serrat cantaba: “hace 20 años que tengo 20 años”. Parafraseándolo podríamos decir que hace 100 años que Argentina tiene o dijo tener 100 años. Ahora se cumple un siglo, entonces, del Centenario de la Revolución de Mayo, cuando el Estado decidió –entre otras alternativas y con un poco de ficción histórica- conmemorar también el Centenario de la Nación Argentina.
Lo hizo poniendo la política bajo la alfombra y el conflicto social tras las rejas. En mayo de 1910 se contaban por miles los presos políticos. Cuando las centrales obreras reclamaron por esa situación con una movilización de 70.000 personas, el presidente decretó el estado de sitio y el Congreso habilitó la pena de muerte.
Con esa “paz” forzada se vivieron los desfiles militares, las inauguraciones de monumentos, las exposiciones de arte, las galas en los teatros y la mediocre convocatoria de visitas extranjeras, entre las que se destacó la Infanta Isabel de Borbón, hermana del rey de España Alfonso XIII.
Este año se nos propone festejar el “Bicentenario argentino”. Todo sucede en ese marco y todo lleva su nombre: desde un torneo regional de bolitas hasta un fondo para pagar la deuda externa.
Recibimos el segundo siglo de la Nación en un contexto diferente al primero. La política, después de una década de adormecimiento, ha recobrado su efervescencia: se discuten medidas impositivas, se habla de la deuda, se cuestiona la “independencia” de la justicia y los intereses mediáticos están a flor de piel. La propuesta de una asignación por hijo, bandera de organizaciones sociales primero e iniciativa del gobierno después, pone la política en primer plano, como también lo hace Mauricio Macri cuando descarta “matar a todos” los limpiavidrios por ser una medida “inaplicable”.
Pero lo que la Argentina actual comparte con la del Centenario -y también con el día cero de la Patria, cuando sea que empiece la cuenta- es una tremenda desigualdad social. No hay miles de sindicalistas apresados pero sí miles –muchos miles más- de jóvenes pobres poblando las cárceles del país. Cada vez más jóvenes y cada vez más pobres, finalmente ellos también son presos políticos. Y son víctimas de una deuda que cumple dos siglos.
De 1810 a 2010 los habitantes de esta porción del mapa han conocido y protagonizado sucesivas luchas y construcciones políticas que buscaron un país económicamente sustentable y socialmente más igualitario. Ninguna tuvo logros duraderos.
Así, la Argentina festejará su Bicentenario recostada sobre el crecimiento de una economía que apuesta al monocultivo de soja y a industrias sucias como la minería, que está condenando a la desaparición a distintas comunidades. Y lo hará con desfiles en avenidas y calles céntricas que las distintas policías, con o sin códigos contravencionales aprobados, “limpiarán” de indigentes para la ocasión.
En otras palabras, llega a su Bicentenario con esa deuda profunda que comparte con casi todos los países del mundo, cuyos modelos socioeconómicos atentan contra el planeta y condenan a buena parte de su población al hambre.
Y acaso es sintomático que estos “aniversarios nacionales” sigan pensando en una patria chica, propia de la América fragmentada que nos legó la insolidaridad. Porque si pensamos realmente en una Patria Grande, la efeméride cuyo festejo nos agobiará este mes ya lleva 19 años. El verdadero Bicentenario nos pasó inadvertido. Nadie se vistió de gala en 1991, cuando se cumplieron dos siglos de la revolución negra de Haití, una admirable rebelión de esclavos que no se enseña en las escuelas aunque produjo la primera independencia en América Latina.
Aquí, donde todavía soñamos sueños europeos, no se piensa en Haití. Miramos Centroamérica de reojo, por caridad, cuando sucede un terremoto. Pero pensar Haití –o Guatemala o cualquiera de esos países que conocemos poco y nada- nos incomoda. Allá la deuda interna es inocultable. No hay exitismo futbolero, ni Oscar, ni crecimiento a tasas chinas, que tape las consecuencias monstruosas del capitalismo. Haití es un país chico y un espejo grande. Junto a la memoria digna de la rebelión pasada encontramos una patria dominada, partida al medio. El espejo del país hermano nos devuelve la realidad cruda: la que requiere menos estatuas y eventos pomposos, y más cambios estructurales para acabar con el hambre después de tantos siglos y poder festejar de verdad.
  • Editorial de La Pulseada N° 79, mayo de 2010.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...