Que nunca te echen, rogale a tu Dios, porque en el culo te pondrás ese auto
No quiero que me limpien el parabrisas porque está limpio y lo van a ensuciar
No quiero que me pasen esa estampita, de alguna iglesia la habrán ido a robar”
(León Gieco, El Imbécil)
No quiero que me limpien el parabrisas porque está limpio y lo van a ensuciar
No quiero que me pasen esa estampita, de alguna iglesia la habrán ido a robar”
(León Gieco, El Imbécil)
Nunca me cierran del todo las notas de opinión que vilipendian a la clase media argentina, aunque me agradan: son provocativas. Pienso en muchas escritas y leídas en los últimos años. Suele publicarlas Página/12, un diario de la clase media. Suelen tener la firma de Sandra Russo, al menos las que uno recuerda que más o menos dan en el clavo. Solemos recibirlas y reenviarlas por mail, nosotros, que somos de clase media, a nuestros amigos de clase media. Hasta que alguno dice, con mucha razón, que no se puede generalizar, que no se explica el país haciendo caricaturas de un sector social, que hay que pensar más al peronismo y otras cosas bien ciertas.
Admito esa complejidad; asumo todas las excepciones. Pero por una vez, por este post, pido permiso para generalizar en mi percepción: la clase media está cada vez más imbécil.
Digamos "los sectores medios" de la sociedad. Pienso en aquellos que no están en la cima del poder pero que tampoco están afuera del sistema: tienen para comer, pueden ir a la Universidad y, si de bienes se trata, aunque no mucho, tienen algo que perder. Por eso los altera el discurso de la inseguridad. Los que ven mucha tele están insufribles: no quieren saber nada con los “menores” [dícese de los chicos que nacieron en los bordes, quizá en la tercera o cuarta generación de una familia sin trabajo estable; pibes que terminan robando para sostener la vida que les tocó y drogándose para aguantarla] y están convencidos de que la delincuencia es el principal problema del país. Bajarían la edad de imputabilidad hasta la primera infancia si es necesario porque, como dijo alguien por ahí, “cuando un chico tienen un arma en la mano deja de ser un chico” (¿no había dejado de serlo antes?).
El asunto es que están cada vez más imbéciles, como dice la canción de León. Y no estoy pensando en las ideas sobre la edad de imputabilidad. A eso también me opongo y escribí argumentos en otra oportunidad, pero al menos -admito- tiene su lógica. Perversa, pero lógica al fin: eligen encerrar, torturar y si fuera necesario matar a los que quedaron afuera, en lugar de proyectar un país donde quepamos todos... Como los blancos que defendieron la esclavitud de los negros, como los criollos que consiguieron hectáreas y poder masacrando poblaciones indígenas, como los nazis con los judíos: sus discursos legitimadores –por caso, las falacias sobre las razas inferiores- sostenían acciones que no podían perjudicarlos. El reprimido era otro.
Ahora la cosa se les fue de mambo. Como –dicen– ya no se puede andar en la calle, muchos están dispuestos a clausurar el espacio público. Incluso contra sí mismos.
Ciertamente, no cabía esperar otro punto de llegada para la opción represiva, pues es una "salida" que no soluciona el problema. Lo reprime, literalmente; lo corre, lo tira debajo de la alfombra. Pero siempre vuelve a aparecer. Con más fuerza. Y la rueda sigue. Como las cárceles y comisarías no alcanzan, quienes tienen algo para perder terminan construyendo sus propios encierros. Ponen rejas o se recluyen en countrys. Tampoco alcanza: aún así, tienen miedo. Entonces piden más. Nunca falta un gobernador de mano dura que ofrece más. El actual, por ejemplo, ofrece tranquilidad con un Código Contravencional. Y la clase media –si vale el ejercicio de generalizar- escucha por la tele, calla, y otorga.
Apenas unos centenares de ciudadanos, cuanto mucho, se han movilizado contra la ley promovida por Scioli para regular los comportamientos de los bonaerenses. El resto, sí la promesa es seguridad, pareciera dispuesto a apoyar cualquier cosa. Incluso una ley que puede aplicarse contra sí mismos. Contra sus chicos que están ahí afuera, armando el muñeco. Contra sus despedidas de solteros. Contra las costumbres que mantienen y contra las que añoran, que los hacen llorar de nostalgia cuando ven películas como Luna de Avellaneda.
Psicología para principiantes: el miedo clausura la razón. Así, con miedo, parece que muchos se han vuelto sinceramente imbéciles.
Las personas que me rodean son, en su gran mayoría, de clase media. Imagino lo mismo de los lectores de este blog (imagino, de hecho, que la mayoría de ellos son las personas que me
rodean). Por eso escribo estas líneas, que empiezan con una provocación y terminan con una invitación.
Con algunos amigos hemos percibido que, salvo entre un puñado de universitarios movilizados, se habla poco del proyecto de Scioli. Y después de alguna discusión inesperada, pienso que hay un silencio que otorga. Humildemente, entonces, dedicaré los próximos días de este blog a blasfemar contra el proyecto del Ejecutivo bonaerense.
Los invito a leerlo, a pensarlo, a discutirlo. Y luego, claro, a actuar contra él. Por suerte, una mínima movilización logró que lo patearan para marzo. Volverán sobre él cuando estemos distraídos. O cuando maten a un empresario de San Isidro y el autor quizá haya sido un pibe y quizá había estado merodeado antes y, ay, si la Policía hubiera podido actuar.
Habrá que argumentar contra el proyecto mientras exista. Tenemos que resistirlo. Más allá de largos comunicados. Elaborar argumentos para el taxista, para la almacenera y para los vecinos temerosos. Tenerlos a mano siempre, para desmontar el discurso de ese imbécil que parieron la dictadura y el noventoso “sálvese quién pueda”, y que procrea por miles la cultura del miedo. Y militarlos colectivamente, con alegría, con todos los lenguajes posibles.
Resistamos, justamente, con lo que quieren prohibirnos: juntos y en la calle. Quememos los muñecos de fin de año pensando en el Código. Brindemos y bailemos en la vía pública. Después, festejemos el Carnaval. Paseemos por la calle sin explicar a dónde vamos; o mejor, sin saberlo. Saquemos la silla a la vereda. De lo contrario, ya no tendremos nada. Y no me vengan con el verso de la inseguridad y ocho cuartos. Si la vida que quieren y aceptan es la que regula este Código, no me cuenten en el brindis.
Imagen tomada de El ojo crítico
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