La escena del crimen
-
El domingo pasado Justo Fernando Barrientos incendió la habitación de un
hotel de Barracas, Buenos Aires, donde vivían cuatro mujeres, vecinas
suyas. Pamel...
Hace 2 horas
________[ crónicas, ensayos y citas ]_
-¿Cuántos caracteres?
Antes el periodismo se medía por líneas. Fueron fagocitadas por los caracteres. Una nueva unidad de medida que sirve para enmarcar una historia.
Pero también están los otros caracteres, aquellos que nos impone la vocación. Pasión, curiosidad, olfato, perspicacia, dominio, honestidad, talento.
Uno puede hacer una obra maestra con 500 caracteres como las aguafuertes de Götling, o deleitarse en una contratapa de Soriano redescubriendo a Sanfilippo que llevará 3000, o contar los 25 caracteres que encierran "hay un fusilado que vive" y que indujeron al Gran Rodolfo a escribir la mayor obra de investigación de habla hispana, Operación Masacre.
No importa el número, tal vez un poco la aptitud, pero sin dudas la clave está en la actitud.
Todos pasamos por Plaza Francia y vemos vagabundos. Sólo el Aleman fue capaz de retratar en uno, las penas de todos. Y ganó el Premio Rey de España.
Sin embargo lejos de ese ideario, otros periodistas travisten sus caracteres al mejor postor. Escriben largo, tedioso, pertinaces, recurrentes. Y ponen en duda los propios caracteres de la profesión: honestidad, verdad, transparencia.
Bien podría el Bicentenario convertirse en un punto de partida para discutir, reflexionar y debatir, qué periodistas queremos ser.
Mi equipo forma con Moreno, Arlt, Scalabrini, Soriano, Walsh, Garcia Lupo, Verbitsky, Göttling y muchos más que están en la casona del anonimato. Y de tantos otros que se miran todos los días en esos espejos.
Para ellos, para ustedes, Feliz Día.
El día del periodismo y la otra banalidad del mal
Ya expira el día del periodista. Los periodistas de Crítica sacaron una edición especial para juntar unos mangos para su lucha; no cobran su salario, dicen. Mata los cagó.
Propongo un ejercicio ¿Qué pasaría si Mata no los hubiera cagado? ¿estarían escribiendo los mismos titulares, las mismas notas, cubriendo los mismos eventos? Quiero decir ¿estarían sesgando la realidad, mintiendo, siendo el panfleto de la oposición, el vocero de sojalandia? Y si la sojigarquía hubiera conseguido lo que se proponía: otro helicóptero, en vez de Isabel y del Marmota como pasajeros con Cristina como transportada y Cleto en el sillón presidencial, todo ello con el empujoncito del pasquín en el que trabajaban ¿hubieran tronado de indignación? ¿o hubieran recibido un plus en el salario, una promoción en ese u otro medio del cartel golpista, un carguito en algún nuevo Ministerio?
No sé si estuve desinformado, pero antes de que Matta los cagara y no les pagara el salario, creo que no hubo un paro de actividades, una huelga de verbos caídos porque lo rajaron a Hernán Brienza, el Subdirector del Culturas, quien se negó a cumplir la orden del capatáz de escribir contra el insolente -y traidor a la patria oleaginosa- Torugo Morales, lo que violentaba su opinión del natural del Cardona.
Los periodistas son trabajadores que tiene familia que mantener, solo hacen su trabajo. Ellos no dan las ordenes ni marcan la línea editorial; la independencia no existe; no tiene margen de maniobra. Nos es nada personal (dijo Frank Nitti); solo cumplo ordenes (dijo el sargento ayudante que manejaba el Falcon de la patota); no tenía alternativa (se justifican los carceleros del Vesubio).
Imaginemos que sí, que hay una moral y una ideología en esos obreros de la palabra, distinta a la que rezumaba el medio en el que trabajaban y que -vale recordar- ellos gestaban y lo hacían nacer, cada madrugada. Esa moral, íntima y de sobremesas chicas, muerde con las encías como los gatos viejos. Los colmillos se afilan en el kiosco y esa moral en acción (que suelen llamar ética) se divorciaba de aquella moral soplada con sordina.
Hasta hace unas semanas, cuando Matta terminó de cagarlos, ponían su talento argumentativo, su fuerza retórica, su capacidad expresiva, al servicio de la piedra esmeril de las ilusiones llamada Crítica de la Argentina. Elegían cada verbo, cada sustantivo, cada adverbio; elegían por elegancia, por costumbre o por amor propio, donde poner cada punto y coma. Modelaban y festejarían cada hallazgo irónico, esa prueba de la inteligencia que acaricia el ego.
Nunca le gritaba al público “¡ahí va la pelota embarrada!”. Embarrate y jodete.
Pero Matta los cagó y hoy son trabajadores en lucha. Mañana capaz que los contrata Spolski y volverán a hacer su trabajo. Porque son trabajadores; no hay independencia; no hay margen de maniobra; yo no elijo qué escribir; yo no decido la línea editorial.
Hago daño por fatalidad del oficio y deriva existencial.
Hanna Arendt hubiera creado un subtipo de la “banalidad del mal”: la banalidad textual.
Agoniza el día del periodista. Ojalá el año que viene festejemos ese día con más periodistas. Si Mariano Moreno y Rodolfo Walsh -de similar trágico sino- emergen de sus abismos, los cagan a patadas en el culo.
Estoy completamente a favor del permitir el matrimonio entre católicos. Me parece una injusticia y un error tratar de impedírselo. El catolicismo no es una enfermedad. Los católicos, pese a que a muchos no les gusten o les parezcan extraños, son personas normales y deben poseer los mismos derechos que los demás, como si fueran, por ejemplo, informáticos u homosexuales.
Soy consciente de que muchos comportamientos y rasgos de carácter de las personas católicas, como su actitud casi enfermiza hacia el sexo, o la defensa a ultranza de sus ministros pederastas o de sus arzobispos perseguidos por delitos económicos, pueden parecernos extraños a los demás. Sé que incluso, a veces, podrían esgrimirse argumentos de salubridad pública, como su peligroso y deliberado rechazo a los preservativos. Sé también que muchas de sus costumbres, como la exhibición pública de imágenes de torturados, o las insinuaciones de zoofilia entre una mujer y un palomo, puedan incomodar a algunos. E incluso el que no hayan condenado su pasado bañado en la sangre de víctimas a las que llamaban, según la época, infieles, herejes, rojos o liberales; o espolvoreado con las cenizas de científicos, curanderas (brujas) o simples enfermos mentales.
Pero todo eso no es razón suficiente para impedirles el ejercicio del matrimonio.
Algunos podrían argumentar que un matrimonio entre católicos no es un matrimonio real, porque para ellos es un ritual y un precepto religioso ante su dios, en lugar de una unión entre dos personas.
También, dado que los hijos fuera del matrimonio están gravemente condenados por la iglesia, algunos podrían considerar que permitir que los católicos se casen incrementará el número de matrimonios por “el qué dirán” o por la simple búsqueda de sexo (prohibido por su religión fuera del matrimonio), incrementando con ello la violencia en el hogar y las familias desestructuradas. Pero hay que recordar que esto no es algo que ocurra sólo en las familias católicas y que, dado que no podemos meternos en la cabeza de los demás, no debemos juzgar sus motivaciones.
Tampoco debemos juzgarlos si creen que la mujer es inferior al hombre, e indigna, por ejemplo, de ejercer el magisterio dentro de su secta o iglesia. Y aunque eso violente un principio básico de cualquier constitución civilizada, no por ello debemos ser con ellos tan estrictos como ellos intentan ser con los demás.
Por otro lado, el decir que eso no es matrimonio y que debería ser llamado de otra forma, no es más que una forma un tanto ruin de desviar el debate a cuestiones semánticas que no vienen al caso: aunque sea entre católicos, un matrimonio es un matrimonio, y una familia es una familia.
Y con esta alusión a la familia paso a otro tema candente del que mi opinión, espero, no resulte demasiado radical: También estoy a favor de permitir que los católicos adopten hijos.
Algunos se escandalizarán ante una afirmación de este tipo. Es probable que alguno responda con exclamaciones del tipo de “¿Católicos adoptando hijos? ¡Esos niños podrían hacerse católicos!”. Veo ese tipo de críticas y respondo: Si bien es cierto que a los hijos de católicos, y al contrario que, por ejemplo, ocurre en la informática o la homosexualidad, los inscriben en su secta sin que hayan alcanzado la mayoría de edad, sin consultarles, y sin poder borrarse después, violentando la Ley de Protección de Datos, con el fin de obtener beneficios fiscales de difícil justificación, ya he argumentado antes que los católicos son personas como los demás.
Pese a las opiniones de algunos y a los indicios, no hay pruebas evidentes de que unos padres católicos estén peor preparados para educar a un hijo, ni de que el ambiente religiosamente sesgado de un hogar católico sea una influencia negativa para el niño. Además, los tribunales de adopción juzgan cada caso individualmente, y es precisamente su labor determinar la idoneidad de los padres.
En definitiva, y pese a las opiniones de algunos sectores, creo que debería permitírseles también a los católicos tanto el matrimonio como la adopción.
Exactamente igual que a los informáticos y a los homosexuales.