miércoles, 17 de marzo de 2010

Benjamin (II): el mundo infantil

Quería llegar a esta faceta de Benjamin, en la que pensé cuando ví el hermoso trabajo del taller de La vaca de muchos colores (acá y acá) y los viajes imaginarios que sucedieron en el Galpón en la “colonia artística” de febrero. La lista podría seguir con las ediciones de La chicharra y la pasión que los compañeros de Libros animados ponen sobre una biblioteca que consideran “para chicos y grandes”… por mencionar sólo ejemplos del cotidiano de La Grieta.
Benjamin apuntó en su diario personal un diálogo con un coleccionista de libros infantiles en Rusia. Discutían sobre un “gran plan” de Benjamin: una obra de documentación que titularía Fantasía. La colección de libros infantiles del siglo XIX era, quizá, su tesoro más valorado. Decía que eran las publicaciones con las que tenía la relación más cercana.
Sholem contaba sobre su amigo: “durante toda su vida se sintió atraído con una fuerza casi mágica por el mundo y las maneras infantiles. Este mundo fue uno de los temas recurrentes de sus reflexiones y, en verdad, sus escritos sobre la cuestión están entre sus piezas más perfectas”.
En su brillante trabajo sobre La dialéctica de la mirada, Susan Buck-Morss propone que, con excepción de Jean Piaget, no hubo otro pensador moderno que tomara en cuenta tan seriamente a los niños para desarrollar una teoría de la cognición. “Piaget se limitaba a ver desaparecer el pensamiento infantil. Los valores de su epistemología se inclinaban hacia el lado adulto del espectro. Su pensamiento refleja, en el eje del desarrollo ontogenético, el supuesto de la historia como progreso que Benjamin consideraba la marca falsa de la conciencia burguesa. Obviamente, el interés de Benjamin no se dirigía al desarrollo secuencial de las etapas de la razón abstracta, formal, sino hacia aquello que se perdía en el camino”.
La pregunta por las marcas distintivas de la mente infantil era, entonces, la pregunta por aquello que la educación formal clausuraba.
Benjamin no tenía una visión romántica sobre la “inocencia infantil”, pero apreciaba en sus formas de cognición una capacidad revolucionaria de transformación de las cosas. “Los cajones (del pupitre infantil) deben transformarse en arsenal y en zoológico, en museo del crimen y en cripta. Poner todo ´en orden´ sería tanto como demoler una construcción llena de castañas espinosas que son como garrotes con púas, papel de estaño que es plata atesorada, ladrillos que son ataúdes, cactus que son postes totémicos, y moneditas de cobre que son escudos”.
Le interesaba entonces la habilidad para hacer correspondencias por fantasía espontánea. Esa improvisación mimética en la creación era precisamente lo que la socialización burguesa desterraba. Esa inventiva era la “señal” revolucionaria, que “surge del mundo en el que vive el niño y desde el cual da órdenes”.
Benjamín proponía aprender de los chicos. Convocaba a observar sus gestos al pintar, bailar o hacer teatro, para captar el potencial de sus fantasías.El niño no sólo juega a ser tendero o profesor, sino también molino de viento o tren…


IMAGEN: Susan Bee (circulando por ahí)

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...