A Dani Lorenzo
Cada palacio derruido guarda bajo sus escombros la historia
de una familia fastuosa venida a menos, la decadencia de apellidos que nunca se
imaginaron rodeados de vivienda popular.
Aunque suele disimularlo con el nombre de un audaz emprendedor
uruguayo, en esta historia hay Alveares, Rocas, Uriburus y Patrones.
Bajo ese techo que ya no existe se guardaron títulos
nobiliarios, se codearon familias de alta alcurnia y tomaron el té generales
genocidas...
*
La historia empieza con un
hacendado de origen español: Luis Castells Sivilla, uno de los hombres que pasó
el siglo XIX acumulando tierras y tierras, cuyo árbol genealógico une muchos
nombres con linaje, de esos que
siempre terminan en la Recoleta.
Castells estaba casado con Tomasa
Elisa Uriburu (salteña, de los Uriburu Patrón, portadora de la banda española
de Damas Nobles de María Luisa), de cuyo nombre surge el de una zona de la
actual periferia platense: Villa Elisa. Cuando
su padre Francisco Uriburu propuso crear ese pueblo, La Plata todavía no existía:
Villa Elisa era un terreno de unas 800 hectáreas ubicado
entre las estancias de Pereyra y Bell, en las Lomas de la Ensenada.
Luis Castells tenía más dinero
que su suegro, que tenía bastante. Y le gustaba ostentar esa fortuna hecha sin
trabajo: lo hacía con opulentas limosnas de las que cuentan una y mil
anécdotas, mostrando las concesiones nobiliarias que había conseguido de la monarquía
española –como el título de Marqués con
Grandeza-, o con inmensos terrenos como el que abarcaba desde su quinta en
Villa Elisa hasta Punta Lara: cerca de cinco mil hectáreas, donde tenía un haras
para la cría de purasangre de carreras.
Hay que leer La Bolsa, la novela/estudio social publicado por entregas en La Nación hacia 1891 por José María Miró
-con el seudónimo Julián Martel- para conocer a Castells y a su clase, el
origen de sus riquezas y la fatalidad de sus caídas: la especulación que movió
millones en la Bolsa de Buenos Aires.
Castells se suicidaría en aquella
quinta, en el verano de 1897, cuando veía fracasar su proyecto de “Banco
Transatlántico”, con sedes en Argentina y Uruguay, y se creía fundido. Su mujer
-la del nombre del pueblo- entró al siglo XIX y vivió hasta meses después del
festejo del centenario. Para esos años de ostentación, los Castells
construyeron un palacete en el otro extremo de su excesivo territorio, sobre el
Río de la Plata.
La iniciativa fue de Luis
Castells hijo, que seguiría la tradición de unir familias con poder y dinero:
en 1912 se casó con Josefina Elena Roca Funes, hija del general genocida Julio
Argentino Roca.
*
El responsable de la masacre de
pueblos originarios nombrada con el eufemismo de “Conquista del Desierto” fue
padrino de la boda y estuvo en más de una oportunidad en el Palacio del camino
costanero. Su muerte, a mediados de la década del ´10, fue contemporánea al
declive del sector dirigente al que perteneció. El Partido Autonomista se había
dividido y el ala antirroquista iba ganando espacios. A ella pertenecía Roque Saénz
Peña, impulsor del voto secreto y obligatorio para varones argentinos, que
terminó con el sistema electoral que fue la base de la primacía de Roca durante
dos décadas. El viejo general llegó a enterarse de la nueva ley, pero no del
triunfo del radicalismo popular de Hipólito Yrigoyen en la primera elección
presidencial en la que ya no sólo los dueños del país votaban sus autoridades.
La sociedad argentina mutaba, y
no sólo políticamente. Las clases medias, además de la ciudadanía política, empezaron
a practicar en el siglo XX nuevas formas de descanso y recreo. Comenzó la época
de los balnearios.
En esta zona, el primer sitio de
recreación fue la Isla Paulino, que tuvo su tiempo de esplendor en los años
veinte. Pero algunos empresarios empezaron a mirar también a Punta Lara. En
1922, Martín Taylor gestionó ante el gobierno unas tierras y el permiso para
instalar un balneario público, que comenzó con un hotelito llamado “El
Primero”. Luego le siguieron otros emprendedores. El palacio ya no estaba solo.
*
En eso llegó Francisco Piria:
hijo de inmigrantes italianos, hombre de muchos oficios que amasó su fortuna
haciendo remates en Montevideo; alquimista, gran emprendedor. En medio siglo
inventó 60 barrios y más de 300 pueblos en Uruguay. También tuvo acciones en el
vespertino La Tribuna Popular, el
primer diario de ese país que se imprimió en rotativas. Aunque su iniciativa
más conocida es la que lleva su nombre: Piriápolis,
ciudad fundada en una vasta extensión de campo que iba desde el Cerro Pan
de Azúcar hasta el mar, adquirida por el empresario en 1890. Piria construyó
primero un castillo, rodeado de fuentes y estatuas, que fue su residencia
particular. En 1905 fundó el Hotel Piriápolis, ya imaginando la explotación
turística de la costa, y luego se lanzó a la construcción de la rambla y un
tren que unía el Pan de Azúcar con el puerto que también financió. Entrada la
década del 10 hizo los primeros remates y empezaron a construirse chalets
particulares en la flamante Piriápolis. En
1920 comenzó a levantar el Argentino, uno de los hoteles más grandes de
Sudamérica, pensado para 1200 huéspedes. Llevó diez años construir ese
complejo. Mientras tanto, Piria empezó a soñar del otro lado del Río de la
Plata.
En 1926 Piria compró 4.887 hectáreas que
habían pertenecido a los Castells Uriburu, incluidos el palacio que mandó a
restaurar y 10
kilómetros de costa rioplatense.
Punta Lara fue el sitio de su
mayor fracaso. No el único, porque el viejo rematador llegó a ambicionarlo
todo, como el Ciudadano Kane, y hasta
fundó un partido político para ser presidente, una meta que se diluyó en una
candidatura irrisoria de 600 votos.
En el balneario platense imaginó un
complejo habitacional, industrial, comercial y especialmente turístico, una
nueva Piriápolis, que quedaría trunca.
Llegó a proyectar un plan de caminos
y puentes que iba a financiar él mismo, pero no logró ponerse de acuerdo con el
Estado local. Apenas llegó a arbolar varias avenidas y un camino que conducía hacia
La Plata. Rondaba los 80 años y decidió volver a Montevideo, donde estaba su
verdadero Palacio, una obra del arquitecto francés Camille Gardelle que había
mandado a construir en 1916 frente a la Plaza Cagancha, con una enorme
escalinata de mármol y vitrales imponentes. En ese verdadero “Palacio de Piria”
funciona hoy la Corte Suprema de Uruguay. Cruzando el río quedó otra mansión,
popularmente conocida con el mismo nombre, que cuenta en escombros el ocaso de
una aristocracia agroexportadora y el último sueño fallido del viejo rematador.
*
Vacío. Así quedó el palacio de
los Castells al que Piria había incorporado un “Salón de los Espejos”,
revestimientos en madera tallada por artistas uruguayos y herrajes de bronce
trabajados a mano.
La segunda Piriápolis que no fue,
Punta Lara, aspiró por última vez a ser un balneario aristocrático en los años
30, la Década Infame, cuando construyó su sede el Jockey Club, mientras en La
Plata volvían las carreras en el hipódromo que habían estado prohibidas durante
el yrigoyenismo. En esa Belle Époque del
Jockey local, la institución construyó la Iglesia, la comisaría y la unidad
sanitaria del pueblo. También se instaló el Círculo de Periodistas –vinculado a
la misma aristocracia platense- y el Automóvil Club Argentino.
Los años cuarenta trajeron otra
historia, y en tiempos del peronismo Punta Lara se convirtió en un balneario
masivo para los trabajadores que llegaban por los nuevos accesos: la diagonal
74 y la ruta 19 que une Villa Elisa con Boca Cerrada. La costa se pobló de
recreos sindicales, y más tarde de vivienda popular.
En 1947, pasada una compleja disputa
por la herencia, los herederos de Piria donaron el Palacio y algunas hectáreas
que lo rodean al Estado provincial para que fuera residencia de los
gobernadores. Nunca lo fue. Algún tiempo funcionó como colonia de vacaciones y
luego quedó otra vez solo, descascarándose con el viento de río y el paso de la
historia.
No hubo donacion fue comprada x mi padre no se en q año y la rehabilito e hizo una hosteria alli, peron lo wxpropia y se le dio a la marina.
ResponderEliminarAnónimo: Si no te identificás, no sabemos quién es tu padre. Todo aporte ayuda a reconstruir la historia. Saludos
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